Mi
padre decía que del cerdo estaban buenos hasta los andares, cuando eres pequeña
no te imaginas que unos pasos tengan buen sabor, pero él hacía que probásemos todo.
Al menos una vez al año, celebrábamos el ritual de la matanza del cerdo. Ese
día era un a fiesta para los niños de la casa, hermanas, primas y primos colaborábamos
(o interrumpíamos) en las diversas tareas que conllevaba el ritual.
El
primer día era “el día de la cebolla”, ya que para la preparación de diversos
embutidos se necesitaba en grandes cantidades sobre todo para hacer morcilla.
Ese día lo vivíamos mal porque también mataban y despiezaban a nuestro cerdo, al
que habíamos alimentado durante todo un año, además lo teníamos como mascota y
jugábamos con el básicamente haciéndole perrerías, en una ocasión le dimos vino
y se pasó todo el día durmiendo. Mi padre estaba muy preocupado, porque pensó
que había enfermado. Menos mal que al día siguiente resucitó y ya solo corríamos
detrás de él, le montábamos la gallina sobre su lomo, y el pobre se prestaba
con nobleza a nuestros juegos.
El
segundo día era el ritual de lavar las tripas de nuestro difunto amigo. El olor
que desprendían los enjuagues era tan desagradable que a mí me daba náuseas. Lo
bueno de ese día era el regalo, si nos regalaban un globo hecho de la vejiga del
cerdo, por eso nos lo pasábamos bien porque era un globo difícil de romper, y
cuando se rompía nos hacían una pandereta. La matanza se hacía en noviembre,
así los embutidos adornaban después nuestra mesa en Nochebuena.
El
guiso de patatas con manitas se hacían después de unos días, frescas, aunque al
principio las enterraban en sal en un
cajón de madera.
Era uno
de los platos favoritos de mi padre, y no permitía que nadie las cocinara, era su momento para
lucir su arte culinario.
INGREDIENTES
2 manos de cerdo
Patatas
Ajo
Perejil
Cebolla
Aceite
Sal
Laurel
Pimienta
Patatas
Ajo
Perejil
Cebolla
Aceite
Sal
Laurel
Pimienta
Proceso de
creación
Poner las patas a hervir, incorporar
los ajos enteros, el perejil, una hoja de laurel, sal, cebolla cortada a trozos
y un chorro de aceite. Dejar cocer. Cortar las patatas a rodajas y freírlas en
aceite hasta que se doren. Incorporar al guiso, añadiendo a la vez la pimienta
y el laurel, dar un último hervor y listas para servir.